Texto catálogo: Pierre Daix
“Kely y la reinvención de la pintura”
…Y lo que más me impresiona en la obra de Kely es que la emprende en serio con una decisión, un inventiva e incluso un sentido de la provocación que merecen examen.
Creo que los logros de Kely residen en el hecho de que esta artista sabe ofrecernos simultáneamente un espacio, un tiempo de penetración de su pintura y de sus sorpresas. Es decir, en otros términos, que hace frente deliberadamente a las presiones de su época para oponerles, gracias a efectos mínimos o desconcertantes e inesperados, en un espacio en el que la mirada se libera, penetra en un universo distinto y ajeno a los ritmos desenfrenados y a las tensiones externas. Cada una de sus obras tiende a hacernos franquear la zanja, el gap –para decirlo utilizando uno de sus títulos- entre el espacio cotidiano forzado y ese universo humano tan distinto al que sólo la pintura puede darnos acceso. Hace un siglo, cuando nacía el cinematógrafo, un pintor francés llamado Rochegrosse imaginó lienzos gigantescos preñados de violencia, de sangre y de estupro, extrañamente anunciadores de los peores desencadenamientos hollywoodienses en la gran pantalla. Hoy ya no los vemos.
Lo que sí vemos son los minúsculos esbozos de Seurat –que en esa época estaba siendo descubierto-, esbozos que, frente al tumulto, engendraban, gracias a una pincelada hecha de elementos mínimos, el silencio. Kely me hace pensar en ello, pero su utilización de intervenciones tenues –intervenciones deliberadamente modestas en el espacio de sus lienzos que le permiten superar el tumulto ambiente y contraponerle el hecho de que basta poca cosa, apenas un signo, para imponer el silencio de la pintura-, esa utilización, digo, era aun inimaginable en la época de Seurat, a pesar de sus puntitos. Para ello, ha sido necesaria toda esa experiencia, hecha de contrastes y de transgresiones, de nuestro siglo XX.
Y así Kely interviene en el meollo mismo del debate sobre el arte contemporáneo, debata en el que, no por casualidad, se pretende designar en realidad bajo ese título todo cuanto elimina el recurso a la pintura misma. La moda, que incita a salir del campo de la pintura gracias a instalaciones de toda suerte de objetos y de vídeos, sigue proponiendo esa misma tendencia a disolverse, sin tomar distancias, en el espacio-tiempo de la época y a anular esa distancia a cambio de una intervención instantánea. Y esta tendencia rescinde así también ese otro lugar, tanto espacial como temporal, que los pintores han procurado engendrar desde los inicios de la pintura en Occidente en el siglo XIII.
Cierto es que la necesidad de resistencia a esa sumisión contemporánea a los ritmos desenfrenados de lo cotidiano puede también llevar a un inmovilismo puramente decorativo: véase el caso de Buren o de Toroni. El mérito de Kely reside por el contrario en haber sabido crear rupturas que puedan llevar en su propio seno su propio movimiento y que, por la perturbación misma que introducen, pueden dar a luz un tiempo otro, un tiempo íntimamente pictórico, en la variedad y la riqueza de las modulaciones que nos lo comunican. Un tiempo en el que se desarrolla el viaje. Y así ella nos ofrece también un florecimiento de la pintura que, al mismo tiempo, es florecimiento de la información. Aún mejor, que nos ofrece una escala en la cual orientarnos hacia el punto mismo en el que el tumulto exterior borra o confunde los puntos de referencia.
Kely sobrepasa de esta manera los bloqueos del minimalismo –en el sentido que le dan las clasificaciones del mercado- pero sobre todo las deconstrucciones usuales de la pintura que quedan tan sólo en una evidencia banal. Nos enseña a reconstruir nuestra visión y nos revela que hay que volver a inventar la pintura una vez más para descubrir el mundo con mirada nueva. Un renacer inédito de la pintura está ante nosotros. Permitan ustedes que salude esta excelente noticia.