EXPOSICIÓN MADRID SEPTIEMBRE 2008

“Otras luces”

Texto catálogo: Juan Manuel Bonet

“Palabras para una Kely sin palabras”

Curiosamente la obra de la asturiana Kely Méndez Riestra, que firma “Kely” a secas, la ha conocido uno vía París y una galerista francesa amiga, Thessa Herold, nacida en España y que a lo largo de los últimos años ha hecho una labor fantástica en pro de la difusión de nuestro arte en el país vecino. El histórico Pierre Daix, memoria viva de la cultura del siglo XX, fue el prologuista del catálogo de la primera individual de Kely allá, celebrada en 2000. Alexandre Grenier hizo otro tanto para el de la segunda individual en esa sala “Mano de Seda” –en francés se optó por titularla L’enjeu de la transparence- que tuvo lugar en 2003. Uno leyó en su día esos textos y también otros que sobre la labor de la pintora han ido escribiendo el novelista José María Guelbenzu –que ha citado a su propósito el maravilloso poema del metro de Paris escrito por Ezra Pound en tiempos del “imagisme”, Fernando Castro Flórez, o los asturianos Javier Barón, Juan Cueto, Angel Antonio Rodríguez y Rubén Suárez el último de los cuales contempla la suya como “pintura libre y vivida”.

Pintura libre y vivida, sí. Puestos a ubicar en alguna parte el trabajo de Kely, inevitablemente hay que hacerlo en el ámbito de lo lírico, ámbito que ha sido uno de los más fecundos de la tradición moderna españolo, del 27 y la “pintura-fruta” boresiana, a los ochenta y a los “líricos de fin de siglo” pasando por buena parte de la generación del cincuenta o generación abstracta, a cuya vertiente informalista hace Alexandre Grenier pertinente referencia como “background” de esa obra, y habría que añadir que de otras bastantes surgidas durante la Transición. Tras una etapa en que gustaba de lo fragmentario y en que hacía acto de presencia el concepto de “collage”, Kely se centró en cuadros nebulosos, con luces y con hielo y con agua y con cielo y con humo y con grisalla, cuadros despojados, en azules y rojos y naranjas, pero también con mucho negro y por supuesto con mucho blanco –importancia en todo el ciclo moderno de la mallarmeana página en blanco, algo que está especialmente claro en Cy Twombly-, cuadros complejos, en ocasiones construidos por superposición de planos –en cuanto a los materiales, seda, lona, cristal, papel, metacrilato: técnicas realmente mixtas- atravesados, en primer plano, por tramas, por redes gráficas, por leves caligrafías, por marañas y recordaré que Maraña se titula, en 2003, un cuadro suyo con algo de michauxiano, y que figuró en su segunda individual con Thessa Herold. Cuadros evocadores de paisajes reducidos a su mínima expresión, de instantes fugitivos robados al tiempo, de Horas aparte, como se tituló en 2005 su anterior individual en Fruela. Cuadros de la emoción. Cuadros, por algún lado, simbolista, o neo-simbolistas, como sucede a menudo con la abstracción lírica. Cuadros, en más de un caso, tachistas, en el sentido “fifties” del término: ver por ejemplo, también en 2003 y también en el catálogo de Thessa Herold, Mancha Grande. Cuadros impregnados de una profunda melancolía…

…Acabo de referirme a la caligrafía y también he aludido al siempre admirable Henri Michaux, a quien Kely rindió homenaje en un breve texto –donde dice la fascinación que sobre ella ejercen las “escrituras negras” del belga, “que parecen tener piernas y querer darse a la fuga” –incluido, junto a los de otros artistas en el catálogo de una muestra organizada por Thessa Herold en 1999: Henri Michaux: Le regard des autres. Ella llegó a ese universo de lo caligráfico –también ha dibujado con hilo- en una época en que frecuentemente incluía números, y también palabras, números…

…Al titular, a la inversa Sin palabras su individual de 2005 en Vértice, Kely parecería estar sugiriendo que hoy ha optado por el reino del silencio: fuera también números y plantillas..Ello es cierto…y no es cierto. Efectivamente ya no comparecen las palabras –ni tampoco los números- en la superficie de sus cuadros, en los cuales impera el silencio de la pintura del que ha hablado a su propósito Pierre Daix en su texto de 2000, pero Kely no rehúye, antes al contrario, la reflexión. Ya he citado su prosa sobre Michaux. Pistas interesantes acerca de sus dudas e interrogaciones como artista y acerca de su deseo de cuestionarse permanentemente a sí mismo, nos las proporciona otro texto “Cuadros para una exposición” publicado en 2002 en un volumen colectivo cordobés. Ahí en un tono conversacional, la asturiana habla de todo un poco, del Victor Hugo pintor, de Pessoa y de Borges de cine, del drama de Rothko y curiosamente hasta del Conde de Lampedusa y su interés por los escritores “magri”, delgados…También del caos de la intuición –asunto evidentemente fundamental para alguien partidario como ella de la lírica-, de la duda…”Estar instalada en la duda constante no implica necesariamente no tener cosas muy claras”.

Aunque hoy da muestras de mucho mayor control, de mucho mayor distanciamiento, Kely, para construir sus cuadros, por ejemplo estos cuadros bellísimos que van a integrar esta su segunda exposición individual, titulada “Otras luces”, sigue rigiéndose por leyes poéticas. Ahora se diría que habita un mundo flotante, con algo de japonés esencial. Mundo nocturno y lunar, mundo de constelaciones en que el caos se ordena, mundo alado, mundo vegetal, mundo del bosque y del viento, mundo de flores esquemáticas de sofisticado barroquismo, mundo de dominante blanca y negra –con rojos también, con oros, y por supuesto con grises simbolistas- mundo en que en varios casos todo se despliega sobre un fondo blanco más liso que nunca, mundo en que predominan lo orgánico y lo ornamental –incluso lo artificial- mundo en que lo decorativo es reivindicado del mismo modo que para escándalo de los formalistas puritanos lo reivindicó en su tiempo el propio Matisse y del mismo modo que hoy mismo lo reivindican el norteamericano Philip Taafe o las brasileñas Beatriz Milhazes y Janaina Tschäppe…Frente a este lógico tropicalismo de las dos cariocas a las que acabo de referirme, Kely, que también es pintora de la intensidad sigue manteniéndose como moradora del melancólico Septentrión. Al optar ahora por una mayor contención formal, logra que sus metáforas, ahora impregnadas de ese japonismo esencial, no anecdótico que recorre gran parte del arte de los siglos XIX y XX, resulten más eficaces que nunca.